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Memorias de un paisajista (Iron & Wine - Our Endless Numbered Days)

  • Foto del escritor: Sinestesias
    Sinestesias
  • 19 ene 2018
  • 2 Min. de lectura

La eternidad es un concepto impreciso del que pocas personas se atreven a hablar. Sin embargo, para un artista, al menos desde el punto de vista sensorial -de qué otra forma si no-, quizás resulte un lugar de paso obligatorio, de magnitud semejante al por qué estamos aquí: una nueva oportunidad para cincelar nuestras vivencias, de delinear una existencia sin tiempo o fuera del tiempo en busca de ese desiderátum particular que, día tras día, noche tras noche, se nos escapa.


El artista, en clave pictórica, aporta su visión, nos ofrece su mano y nos sirve de guía, como si nos adentrásemos en un bosque en el que se hace más sencillo profundizar si alcanzamos a sentir sus pulsaciones y las entrelazamos con las nuestras, cuales ríos de sangre encontrados en los cauces y destinados a estallar en un océano vasto e insondable. En su obra hallaremos asilo, avivaremos el fuego y, quizás, nos decidamos a trazar finalmente el curso de esta, nuestra vida.

Detrás de Iron & Wine se encuentra Sam Beam, un hombre de sonrisa tierna y barba hiperpoblada que antes de lanzar Our Endless Numbered Days, allá por 2004, era no solo un músico tremendamente respetado en la escena americana -su primogénito y polvoriento The Creek Drank the Cradle, así como el bellísimo y esotérico 12” The Sea And The Rhythm respaldan mi afirmación-, sino también todo un maestro en el uso de la imagen en sus composiciones; su discografía, sin ir más lejos, comienza dedicando versos a la melena de un león, avanza en busca de una promesa en forma de luz y concluye con el temor de desconocer qué se esconde realmente tras las montañas.

Es Our Endless Numbered Days un paisaje armonioso y cambiante, envuelto en una atmósfera pacífica y reflexiva, donde el autor retoma su paleta de colores e igual perfila la estupenda escala de grises de Cinder and Smoke que la remata con la negrura del luto y posterior reconversión multicolor de Sodom, South Georgia. Donde los orígenes permanecen al alcance, ya sea con el pantano de fondo en Teeth in the Grass, o en la delicada canción con aroma a despedida de título Each Coming Night, para el que escribe, la gran composición del álbum.


No obstante, es durante el último corte, Passing Afternoon, cuando mejor se refleja la idea embrionaria del artista: una obsesión imborrable por el paso del tiempo. Como el buen pintor buscando inmortalizar la belleza de las cosas, incluso si estas cambian o terminan; como la irrupción floral que precede al frío invierno; como el paso sosegado del oso encaminándose hacia su sueño profundo y reparador; como el águila que ha mudado su plumaje y vuelve, dispuesta a perderse -una vez más- en el infinito de la bóveda celeste.

Como la naturaleza transitiva de nuestra vida, enmarcada en un cuadro imposible.


Paco Lavado

Rocío Vicente

 
 
 

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